esfuerzo por comprender cómo personas que son normales de acuerdo a criterios prevalecientes de
la psicología (no muestran ningún perfil psicopatológico o criminal) pueden cometer graves actos de
violencia. Las respuestas varían de acuerdo a cada estudioso, pero hay un cuerpo de conocimiento
que permite reflexionar sobre las razones por las cuales una persona puede participar en la comisión
de actos violentos.
Uno de los acicates más importantes para estos estudios fue la chocante constatación que el
genocidio judío (que se ha convertido en algo así como el paradigma de este tipo de eventos) fue
cometido no por una banda de criminales locos y perversos entre los que se incluían Hitler y sus altos
mandos, sino que se necesitaba de la participación de miles de personas en distintas posiciones para
llegar a cometer un hecho tal como el exterminio de seis millones de judíos (y también de gitanos,
comunistas, homosexuales y personas con discapacidad).
Ya la filósofa H. Arendt había alertado sobre un hecho no por chocante, menos relevante: Adolf
Eichmann, el encargado de transportes para los campos de exterminio era, entre otras cosas, un buen
padre de familia (ver Arendt, 1999). Es decir, a partir de lo que ella denominó, la banalidad del mal, se
abría la puerta para comprender la asombrosa “normalidad” de los perpetradores de ese genocidio.
Por otra parte, según algunos estudiosos (Feierstein, 2000), no sólo se necesita la participación
directa de victimarios y víctimas, sino se necesita un entorno social que incluye a una buena parte de
la sociedad para que se cometan este tipo de actos. Es decir, un proceso social genocida (como él lo
denomina), no puede producirse sin el consenso activo o pasivo de un número enorme de
espectadores.
Estos dos aspectos muestran que la realización de un genocidio no es un asunto de buenos y
malos, sino de distintos actores con distinta responsabilidad y de determinadas estructuras y prácticas
sociales que no son particularmente anormales, sino que se encuentran en parte de la reproducción
social cotidiana (ver Bauman, 2006).
En el caso concreto que nos ocupa, el rigor del libro de Vela permite asistir a la formación de
las personas que posteriormente asesinarán de manera eficaz y eficiente a miles de guatemaltecos y
guatemaltecas. Se muestra el proceso de socialización que utilizó el ejército guatemalteco para lograr
que personas normales (jóvenes indígenas de distintas comunidades y grupos étnicos) pudieran
convertirse en eficaces asesinos.
Muestra y analiza diversos procesos como el capturar, invadir, encuadrar, adoctrinar que utiliza
el ejército para que los soldados puedan después recibir órdenes inhumanas. Los soldados son
entrenados para obedecer y los lazos que se forman en los pelotones crean la realidad dentro de la
cual se van moviendo los soldados.
Respecto a este último aspecto, el estudio de Vela puede servir como un ejemplo concreto de
la formación de grupos primarios y procesos de socialización que van creando una subjetividad
propicia para la recepción de órdenes y su cumplimiento.
Las entrevistas y testimonios que realiza Vela, muestran que el pelotón se vuelve una “familia”,
el comandante del pelotón “representa todo: papá, mamá…Por eso es un líder” (Vela, 2013: 163), lo que
implica, además, de la división de tareas funcionales, la constitución de un grupo primario con fuertes
lazos afectivos.