populares es l’cuché, más conocido como cusha, que según refiere uno de los entrevistados de
Sagastume “los antepasados lo preparaban para beberlo durante la práctica de rituales” (p. 342). En
otros estudios se menciona el saká y el balché, éste último “era y es la bebida sagrada por excelencia
de los mayas, la consumida en todas las ceremonias mayas” (Bernard, Lozano, 2004: p. 3). El balché
tiene dos funciones fundamentales: consagrar o purificar objetos y personas y producir ciertos estados
de conciencia que acercan al hombre a la divinidad. Mientras que el saká, al ser elaborado a base de
nixtamal precocido, tiene la función de rememorar el origen de los antepasados, como se narra en el
Popol Vuh (Gabriel, 2004; Bernard, Lozano, 2004).
Otro ejemplo de la importancia del consumo de bebidas alcohólicas en los pueblos indígenas,
son las ceremonias a la deidad indígena Maximón, tanto al de Santiago Atitlán como el de San Andrés
Itzapa, también conocido como San Simón (Melendreras, López & Calderón, 2005; Morales, 2008; Soto,
2018). En las ceremonias hechas a este último, beben en la capilla hasta perder el conocimiento, en
medio de rezos y plegarias. En las últimas décadas, por el creciente avance de la globalización, se ha
disminuido el empleo de las bebidas ancestrales originales y han entrado en uso, para las ceremonias
y rituales indígenas, las bebidas alcohólicas destiladas de venta comercial, entre ellas el aguardiente
popular conocido como indita (Morales, 2008), extendiendo así la sacralidad de las bebidas
embriagantes hasta las «profanas». En forma sucinta, podríamos afirmar que las bebidas alcohólicas
quizá más por su efecto que por su procedencia representan una forma de acercarse a la divinidad
para los indígenas, de esto se desprende su carácter de sagradas.
En la tradición española, cristiana y católica, existen polaridades axiológicas contrapuestas, el
bien y el mal como antagónicos, dos polos opuestos irreconciliables: por un lado, Dios y por otro el
diablo. En esta tradición el Cadejo es el emisario del mal, su historia se cuenta como una advertencia
para los trasnochadores y pecadores: si andan de noche, puede aparecérseles el mal, la procesión de
la muerte y sus almas en pena, en la cual el Cadejo pregona «Andar de día, que la noche es mía»
sonando, al tiempo, su lúgubre campana (Quesada, 2018). Las otras versiones del Cadejo siguen esta
lógica cristiana, el perro negro (diabólico) es malo y peligroso, no tiene otro motivo que hacer el mal,
molestar, aparecérseles y asustar a los transeúntes o herir y matar animales domésticos (Navarrete,
2007; Lara, 1990).
A diferencia de la cosmovisión cristiana, en la tradición maya, el bien y el mal son parte del
mismo equilibrio del mundo, se complementan en una sola realidad. Todos los seres existentes
incluidos los míticos y divinos son dinámicos porque la esencia que los constituye tiene dos sustancias
opuestas y complementarias. Esta oposición tiene variadas manifestaciones, entre las que destacan
luz/oscuridad, masculino/femenino, bueno/malo, caliente/frío, etc. (López, 2012). El ejemplo
paradigmático de esta cosmovisión es la deidad indígena Maximón; hace cosas buenas y malas, ayuda
a cualquier persona sin importar su condición moral, no juzga, no tiene el mismo imperativo categórico
que el occidental. Se sabe también que Maximón tiende a trasmutar en diversas formas su apariencia,
llegando a ser San Pedro, Pedro de Alvarado, Judas Iscariote, hombre, mujer, amigo, enemigo o
cualquier clase de animal. Incluso se lo ha identificado como una de las múltiples transfiguraciones de
Kukulkán, la serpiente emplumada que era la deidad máxima de los mesoamericanos que, se
caracterizaba precisamente, por su facultad transfiguradora (Morales, 2008). Maximón es considerado
por sus fieles como su antepasado, se le conoce en Santiago Atitlán como “Rilaj Mam” que según
Taracena citado por Soto, significa “viejo ancestro sabio” (2018: p. 21). Asimismo, Maximón es conocido