retroalimentarse entre sí. El gran éxito de las Universidades de primera categoría a nivel mundial
se caracteriza por diferenciarse de aquellas que no lo son, precisamente, porque sus aportes a
la sociedad a la que pertenecen se nutre de sus logros. A eso se debe que, en las Universidades
de Europa y el norte de América, los resultados de sus acciones académicas redundan en
beneficio económico y social de su población. A nosotros nos sirven, únicamente, como
referencia esos logros ajenos, sin terminar de comprender el carácter cualitativo de sus métodos
de trabajo. Nos quejamos permanentemente de utilizar textos de enseñanza extranjeros e
investigaciones de contexto ajeno a nuestra realidad, pero poco hacemos por superar esa
rémora académica.
La Escuela de Ciencias Psicológicas de la Universidad de San Carlos se planteó, desde
su nacimiento en 1,974, el estudio de la psicología del guatemalteco. Ha graduado a cientos de
profesionales y técnicos en sus 44 años de vida, partiendo de un desarrollo autárquico en donde
los diferentes subsistemas que lo conforman: docencia, investigación y servicio se han
desarrollado a su interior, pero carecen de relación entre ellos, actuando de manera aislada. La
docencia se preocupa por contar con los profesores más adecuados, en el mejor de los casos,
para cubrir su pensum de estudios; la investigación recoge las intenciones de temáticas de
diferente índole, cuidando, de alguna manera, que se cumpla con los mejores procedimientos
metodológicos posibles; la práctica estudiantil ha partido de aquellas posibilidades de atención
que se han abierto en el camino y, la administración, encargándose que todos los procesos
cumplan con sus algoritmos de realización. Podemos presumir que cada subsistema ha crecido
enormemente a su interior, pero poco o nada se tiene de las relaciones de enriquecimiento
mutuo.
Sin embargo, la entidad universitaria que tiene como objetivo el mejoramiento
psicológico de la vida de los guatemaltecos, ha sido incapaz de abordar académicamente los
problemas de las migraciones y común en toda violencia intrafamiliar; la ausencia de trabajo para
nuestros compatriotas; los estudios de desarrollo y evolución de quienes vivimos en esta tierra;
la génesis de la corrupción y arbitrariedad de nuestros políticos; la discriminación racial,
económica y social; las manifiestas diferencias de género; la ausencia de resiliencia emocional;
la dañina tergiversación de nuestra historia; los mitos y leyendas que pululan en nuestra
sociedad conservadora; los estados de salud física y mental; el confuso y sensible mundo de la
realidad y las creencias; las conductas sexuales inmaduras que se ensañan en la adolescencia;
la ausencia de planificación familiar que limita el desarrollo social; la explotación en la vida
laboral; el impacto social de la violencia y otro sinfín de problemáticas psicosociales. La ausencia
de esas aportaciones intelectuales tiene en franco desmedro, pobreza y defensa, ante todas
esas falencias, a la sociedad guatemalteca.
No terminamos de comprender o, conscientemente nos negamos a aceptar, que la
Escuela de Ciencias Psicológicas, delegada constitucionalmente a atender la psicología del
guatemalteco, como parte de las ramas científicas de la Universidad Nacional de este país, ha
aportado muy poco en sus años de existencia, alejada de la realidad, subsumida en sus
particulares conductas académicas apolíticas, sin estudios serios y profundos que aborden la
realidad de la población guatemalteca. Por esta razón, no podemos dar un salto cualitativo en