Porque no sucede como cuando estaban en primaria, que al regresar a su casa del colegio o
de la escuela, sus padres les preguntaban “¿qué aprendiste hoy?”. Supongan que al regresar cansados
por la noche a sus casas (porque el tema del transporte está duro últimamente, ¿verdad?), sus padres
les preguntaran ¿qué aprendiste hoy en la “U”? La respuesta sería menos clara, porque pasa que la
atención del estudiante actual está dispersa y totalmente captada por la tecnología; nuestro sistema
educativo no aprovecha esa tecnología, y no sé, si sabe o sabría cómo usarla debidamente. Yo pienso
que, aunque se ofrece una buena presentación, una buena web, una buena plataforma educativa, estas
no logran atraer al estudiante con el mismo poder con el que lo atraen las redes sociales.
Retomando el ejemplo, ¿qué les contestarían? “Hoy aprendí tales herramientas”, “hoy aprendí
tales conceptos”. Peor. Los conceptos les aburren en la formación. En general los estudiantes califican
su formación como excesivamente teórica, no entienden por qué los profesores insistimos tanto en los
marcos y las teorías (pero ya verán el poder y el valor de la teoría sobre todo en cuanto a la calificación
de las llamadas “Buenas Prácticas”). Probablemente la respuesta que les dan a sus papás es “no
aprendo nada” “en la escuela no enseñan nada”.
Por otro lado, ante una necesidad de servicio en el centro, una consulta en la clínica o un
problema cotidiano por resolver, profesionales y estudiantes sienten que solo tienen unos modelos y
unos principios para orientarse, pero que (me lo permiten decir coloquialmente) “a la hora de los
cuentazos”, realmente no saben exactamente qué hacer con la persona que tienen enfrente. Es allí
cuando ustedes califican la formación. No tanto desde lo que la Escuela ha hecho para prepararlos
como personas, en procesos de valoración individual, en procesos de convivencia constructiva o en
procesos intelectuales. Califican su formación desde el punto de vista de los “haceres”. O sea, la
concepción generalizada sobre una buena formación es que una buena formación nos permite
intervenir y actuar.
Mi experiencia de trabajo en mi consulta es psicopedagógica, trabajo principalmente con niños
con problemas de aprendizaje y de desarrollo. Pero en los casos que me han hecho consulta clínica
de adultos, he tenido la experiencia de que mucha gente cambia de psicólogo por una razón muy
simple. Cuando uno le hace las preguntas para recoger la historia de vida ¿ha recibido psicoterapia en
otras ocasiones?, ¿ha recibido ayuda profesional o psicológica? y le contestan “Sí, iba con un psicólogo
o con una psicóloga, pero ya no. Decidí cambiarme porque yo hablaba y hablaba y él solo me oía y oía,
nunca me decía nada y nunca me dijo qué hacer”. ¿No les suena eso un poquito familiar? Aclaro que
hay modelos psicoterapéuticos que son así, pero la mayoría de las personas que deciden ir al
psicólogo, lo hacen porque necesitan que alguien “conduzca”, o lo que en esta presentación diremos,
“intervenga”, a través de un conjunto de actividades terapéuticas que el psicólogo clínico les puede
hacer. Es ante estas consideraciones que los profesionales y estudiantes califican su formación
universitaria: en cuánto la universidad les ha enseñado a hacer, intervenir, les ha enseñado el
componente metodológico e instrumental de su área de trabajo.
En cambio, cuando hablamos de educación formativa, educación formadora o del objetivo
formador de la educación, generalmente estamos aludiendo una visión integradora. En este sentido
una visión integradora de la formación implicaría que el currículum hace énfasis en que el alumno
aprenda a ser persona. Sí, es decir, que aprenda el propio cuidado de su salud mental, que es un tema
vital: ¿qué tanto los psicólogos realmente tenemos un adecuado equilibrio de salud mental y un
adecuado equilibrio afectivo – emocional, y como decía antes, buenas habilidades sociales del